domingo, 2 de noviembre de 2008 · 0 comentarios

El voto es sagrado.

A nuestro pueblo lo están obligando a atravesar situaciones que nunca antes había vivido.
Una comunidad de trabajo y de tranquilidad campechana, con niños pequeños que van caminando solitos a hacer los “mandados”, adolescentes mujeres camino a la escuela, colegio o biblioteca, madres jóvenes en busca de sus hijos al jardín de infantes. Mucho de este movimiento cotidiano se desarrolla en las cercanías; cuando no en la propia vereda de la comisaría del pueblo. Todas estas personas y personitas, ignoran que se cruzan continuamente con un delincuente de la peor ralea. Utilizo ex profeso la palabra ralea. La ralea del halcón son las palomas, la del gavilán los pájaros pequeños. La ralea de un violador son los niños y las mujeres; todos seres indefensos a los que; que como un ave cazadora; acecha.
En la comisaría de Dolavon vive; no cumple su pena; un violador de su propia nieta, desde que esta contaba con nueve años y hasta los quince. Vive con la total libertad que le brinda una parte del destacamento con sus jefes a la cabeza y con el conocimiento del Intendente Municipal y los Concejales del Justicialismo. Paradójicamente, todos los Concejales oficialistas tienen hijas mujeres. Ellos, que debieran ser los primeros en no permitir semejante aberración; ellos que no son capaces de impedirle al Intendente Municipal que bastardee el lugar en el cual vivimos con nuestros hijos, ellos que no levantan la voz ante lo injusto, y son cómplices del no cumplimiento de las Ordenanzas que lleva adelante el Intendente. Ellos, que deben trabajar para la comunidad que los puso en el lugar que ocupan; no tienen vergüenza. No tienen, ni los conocimientos, ni la capacidad intelectual, ni la inteligencia suficiente para sentarse, y debatir las distintas Ordenanzas presentadas por la oposición que permitan un pueblo como el que todos nos merecemos y no podemos tener por su propia inoperancia. Podríamos decir; haciendo una paráfrasis de un libro de un conocido escritor; que nos encontramos en presencia de “imbéciles intelectuales”.
“La palabra imbécil la heredamos de los griegos (im: con; báculo: bastón). La usaban para llamar a aquellos que vivían apoyándose sobre los demás, los que dependían de alguien para poder caminar.
No estoy hablando de individuos transitoriamente en crisis, de heridos y enfermos, de discapacitados genuinos, de débiles mentales, de niños ni de jóvenes inmaduros. Éstos viven; con toda seguridad; dependientes, y no hay nada de malo ni de terrible en esto, porque naturalmente no tienen la capacidad ni la posibilidad de dejar de serlo.
Pero aquellos adultos sanos que sigan eligiendo depender de otros se volverán, con el tiempo, imbéciles sin retorno.
No puedo justificar la dependencia porque no quiero avalar la imbecilidad.
Los imbéciles intelectuales, son aquellos que creen que no les da la cabeza (o temen que se les gaste si la usan) y entonces le preguntan al otro: ¿Qué tengo que hacer? ¿Adónde tengo que ir? Y cuando tienen que tomar una decisión van por el mundo preguntando: “Vos ¿qué harías en mi lugar?”. Ante cada acción construyen un equipo de asesores para que piense por ellos. Como en verdad creen que no pueden pensar, depositan su capacidad de pensar en los otros, lo cual es bastante inquietante. El gran peligro es que a veces son confundidos con la gente genuinamente considerada y amable, y pueden terminar, por confluyentes, siendo muy populares. Quizás deba dejar aquí una sola advertencia: Jamás los votes”.