En mi
pueblo, he (hemos) perdido el derecho a elegir libremente y a poder participar;
en ese “elegir”; dentro de un proceso de absoluta transparencia. El censor no
repara en contextos ni en significados, veta porque lo desalienta el compromiso
y la participación de quienes siendo iguales piensan diferente, por solo eso
nos considera embelecos; cree que solo nos llega lo pueril, lo procaz. El
ubicuo y diligente censor, trabaja incansablemente para la transformación de un
pueblo de raíces culturales ancestrales en una ciudad que; él; pretende
decadente social y culturalmente.
Está convirtiendo un ambiente cultural; por tradición; en un pútrido
hervidero de sospechas, denuncias, intrigas y presunciones. El censor es, en
definitiva; un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la
creatividad permanente; utiliza los sinuosos mecanismos del poder económico,
imposibilitado de utilizar el de la mente. En su camino hacia la paralización
de la cultura y el achatar y fragmentar la familia social, le veda el acceso a
las grandes ideas e intenta generar fracaso, peleas e hipocresía defectos
morales poco recomendables para una familia. Debemos denunciar para sanear,
informar para corregir, saber para transmitir, analizar para optar.
Nuestra, ninguna juventud merece el destrato que recibe permanentemente
y el apócrifo intento de simular que no existe. Su derecho a poder acceder a la CULTURA en toda su
dimensión es inalienable. Su interés en participar, su fuerte compromiso con
ellos mismos y; mucho más valioso; con los que están viniendo, no se los puede
quitar el censor. Compromiso, participación, disenso, consenso; podemos
–debemos- expresar nuestros pensamientos hoy. El silencio debilita y potencia
al censor, si esperamos a que
desaparezca ya no recordaremos ni el cómo, ni el donde ni el cuándo, nos
sentaremos en un banco como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se
preguntaban “¿Nosotros qué éramos…? y Dolavon ya será Bortagaraylandia.
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